martes, 21 de abril de 2015

#151 BLOODY MARY



María se acercó a la puerta. Miró hacia a la parte alta y se hizo sólo una pequeña idea de cómo sería cuando entrara. Un hombre vestido con un traje caro y que hasta el momento había permanecido como una estatua sujetándose las manos por delante, le franqueó el paso. El hall de entada era enorme. Cuánto más lo sería el resto del sitio. Oía música actual, moderna. Se sentía algo nerviosa. Al atravesar las gruesas cortinas forradas de terciopelo, el volumen de la música aumentó considerablemente. Enseguida se hizo una composición del salón principal. Una barra que comenzaba casi enseguida se extendía hasta más o menos la mitad de la longitud del lateral derecho. En el lado contrario cortinas abiertas o cerradas daban paso a reservados. En el centro, a continuación de la mesa de recepción, mesas pequeñas esparcidas hasta casi el fondo, donde unas puertas se abrían y cerraban constantemente dando paso a camareros. María optó por la barra directamente.

―Buenas noches. Tienes cara de… un Mint Julep ―dijo el camarero.

―Vamos a esperar. Primero ponme un tequila.

―¿Matando nervios a martillazos? ¡Mala idea! Pero marchando…

En la barra había unas cinco o seis personas más. Seis, sin duda. Inmediatamente a continuación de ella un tipo alto y aparentemente fuerte daba coba a un whiskey. Después una pareja se magreaba sin complejos. Por último y casi al final de la barra, tres amigas reían con energía sosteniendo con dificultad quién sabe si el cuarto Dry Martini.

―Otro, por favor ―pidió María.

―Claro. Pero no te embales, no vaya a ser que no termines de disfrutar del todo tu primer cita.

―¿Cómo sabes que es la primera cita?

―Nervios, examen a todo el personal de la barra, mirada furtiva al reloj… muchos años de experiencia, cielo ―le sonrió el camarero―. Pero no te preocupes. Aparecerá.

―Sí, bueno. No estoy tan segura.

―Confía en mí ―y esta vez le guiñó un ojo.

―Otro, por favor.

Él entró por la puerta y miró la barra. Enseguida la identificó y se dirigió hacia ella. Se presentó: Sergio. Se disculpó por el retraso: accidente en la M-30. Pidió lo mismo que ella: tequila, para empezar. El camarero les ofreció la carta, pidieron y cenaron en la barra. Hablaron. Hablaron alrededor de una hora cuando Sergio sugirió llevarla a su hotel. Ella aceptó. Él pagó todo. El aparcacoches le entregó las llaves. En el primer semáforo el tipo grande del whiskey abrió la puerta del conductor y le sacó a la fuerza. Le metió en un coche patrulla y se lo llevó hacia comisaría. María por fin se relajó. Otra de las agentes de incógnito que estaba en la sala se le acercó y la abrazó. Por fin le habían cogido. Habían atrapado al tío que se había llevado por delante a quince chicas en los últimos tres años. María había dedicado mucho esfuerzo y muchas noches sin dormir para poder cogerle. Todas las pistas les habían llevado hasta él en aquel sitio, así que ella quiso ser el cebo. Encajaba perfectamente en los gustos del asesino. Realizó el informe correspondiente con la ayuda de su compañera. Paró un taxi y se dirigió hacia su casa. Pagó y comenzó a caminar por el parque hacia la puerta de la urbanización.

―Buenas noches, inspectora ―. La voz que escuchó le sonó tan familiar que no tuvo siquiera que girarse―. Siento darte una mala noticia: no habéis detenido al malo aún.

Aunque quiso correr, María no pudo. Los zapatos de tacón y los cuatro Manhatan además de los tequilas se lo pusieron muy difícil. Buscó rápidamente el spray de pimienta pero no lo encontró. Unos brazos fuertes la inmovilizaron y le taparon la boca.


―Se lo advertí, inspectora. No debía usted matar los nervios a martillazos. Si me hubiese pedido una tila, las cosas se habrían puesto más interesantes.

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