miércoles, 4 de marzo de 2015

#144 MIRAR HACIA ADELANTE



Podía tocar los límites. Estaba en un espacio pequeño. A la vista nada. Todo estaba oscuro. ¿Cómo había llegado hasta allí? No recordaba. Quería echar la vista atrás, pero la oscuridad no sólo era la presente. Era más oscuro aún el hueco en su memoria. Permaneció inmóvil, intentado recordar. Respiraba fuerte. No sabía cuánto tiempo. Mucho, poco, no sabía. Lo reducido del espacio no le permitía mirar su muñeca, donde antes de aquello tenía un reloj. Daba igual. Tampoco hubiera podido ver la hora, y de igual manera le faltaba un referente anterior.  Su respiración se aceleraba, el pecho apenas cabía en aquella caja una vez hinchado con el aire que entraba. No sabía cómo funcionaba aquello, ni donde se encontraba, pero pudo recordar lo que alguna vez había escuchado. Si se quedaba alguien atrapado en un espacio reducido, respirar agitadamente reducía el oxígeno y en definitiva las posibilidades  de supervivencia. Todo estaba oscuro.  No iba a saberlo, no iba a saber cómo había llegado ahí. Recordaba dolor, quizás una caída, un golpe. Sufrimiento, y después, nada. La oscuridad. Empezó a respirar más pausadamente. Quería ordenar las ideas. De nada servía tratar de recordar por qué se encontraba en aquella caja, cómo había llegado hasta allí. Vislumbró una minúscula rendija por la que entraba un pequeñísimo haz de luz. Estaba en el exterior, de haber sido enterrado nunca entraría aquella luz. No era luz artificial, era luz de sol. Entonces sintió por primera vez el calor. Escuchó. No oía nada. Su cabeza empezó a acompañar a la respiración y pudo pensar con mayor precisión. Tenía que salir de allí, y además se convenció de que así haría. Seguía todo oscuro, seguía atrapado en aquel nicho, seguía faltando el aire, pero entonces dejó aquello atrás y dio una patada a la tabla que le franqueaba más allá de los pies. No cedió. Su pulso se aceleró. Repitió el movimiento. Nada. Apenas se agitó la caja. Varios golpes más le cercenaron el ánimo. Era posible que no saliera jamás. Estaba bajo presión y en un momento dado dejó de ver la rendija a través de la que se colaba la luz. La respiración se volvió a acelerar. ¿Por qué estaba allí metido? Se quedó quieto un instante, no hizo nada, se habría dado por vencido, se habría abandonado si no hubiera sido porque supo en ese preciso instante lo que le importaba salir fuera, ver y entonces probablemente entender, sentir. Quería vivir, y sin ser muy consciente de cómo, su pierna percutió de una forma que no había hecho antes. Entonces la tabla cedió. Cuando la ola de luz inundó el pequeño cubículo en el que se encontraba lo supo. Había mirado hacia delante. Había merecido la pena.

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