jueves, 25 de diciembre de 2014

#134 NAVIDAD




Luis vivía en el primero B. Rodrigo en el primero A. Ambos habían crecido juntos. Habían crecido los escasos años que acumulaban, doce para ser exactos. Luis había nacido tres meses antes que Rodrigo. El padre de Luis era repartidor de bollería. El de Rodrigo se había quedado en paro hacía un año, y justo hacía tres días que les habían retirado la prestación por desempleo. Un quince de diciembre para ser exactos. Ni la madre de Luis ni la madre de Rodrigo trabajaban fuera de casa. Eso sí, en lo referente a organizar las tareas domésticas y familiares eran expertas. Ni Luis ni Rodrigo tenían hermanos. Las familias eran muy amigas desde que ambas coincidieron en su primera reunión de comunidad.

Quince de diciembre. No por esperado dejaba de ser doloroso. El padre y la madre de Rodrigo les habían confiado a los padres de Luis la angustia por la falta de ingresos una vez la fatídica fecha pasase. Habían estado cenando un sábado en casa a principios de diciembre. Luis y Rodrigo, como siempre, jugaban en la habitación mientras los mayores se enfrascaban en conversaciones de eso mismo, de mayores.

Luis estaba un día comiendo cuando su padre le dijo a su madre que al día siguiente llevaría al padre de Rodrigo a las afueras, a un polígono. Allí iba a trabajar sin contrato cargando cajas en un almacén. Tres horas. Treinta euros. Una vergüenza, decía el padre de Luis, pero había que estar al lado de los amigos. El veinte de diciembre la madre de Luis le dijo a su marido que se iba a la compra con la madre de Rodrigo. Había que comprar para la cena de Nochebuena. Luis vio cómo se guiñaban un ojo. Cuando su madre y la de Rodrigo volvieron pasaron a la cocina y se repartieron las cosas entre los dos carritos. La madre de Rodrigo abrazó a la madre de Luis, y le susurró un “gracias”, mientras éste último contemplaba la escena desde la puerta.

Luis escuchó a sus padres por la noche comentar que este año no habría regalos en casa de nuestros vecinos y amigos. Tampoco lo consideraban muy grave, tendrían cena y estarían juntos. Les habían ayudado hasta donde habían podido. Pero los ingresos en casa de Luis tampoco eran para grandes dispendios. Luis se fue a la cama. Triste.

El día de Navidad Luis se despertó temprano, saltó en la cama de sus padres, les retiró el edredón y les empujó hacia el salón. La ceremonia de siempre. El padre de Luis miraba por una rendija a ver si había algo en el salón. Entonces Luis empujaba la puerta con ansia y se ponía a abrir paquetes con un ritmo frenético. Pero esta vez no. Esta vez Luis escudriñó la rendija y miró a sus padres que le observaban extrañados. Abrieron la puerta y cruzó el salón. Salió al rellano y llamó al timbre del primero A. Nada. Volvió a llamar. Rodrigo abrió la puerta acompañado de sus padres y una mueca triste. Entonces Luis le cogió de la mano y le gritó:

―¡Ha venido Papá Noel! ―Y con ésas lo arrastró de la mano al primero B.

Cuando los padres y madres de uno y otro entraron en el salón de casa de Luis, se encontraron a los dos amigos abriendo paquetes entre risas. Entre sonrisas. Porque era Navidad. Porque eran amigos.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

#133 LUISA Y MARÍA



Se lo tengo que decir a María. Son muchos años de amistad. Se lo debo. A Luisa no le gustaría. Mejor no decírselo. Me caso con Luisa. ¿Qué cara pondrá María? Muchas veces he hablado con María de casarnos. María y yo, no Luisa. Va a abrir la boca hasta el suelo. Se va a enfadar, o no. O me va a dar la enhorabuena. Por fin has madurado, dice ella. Me alegro. Pero es mentira. No se alegra. Pondrá ojos tristes, brillantes. Va a llorar, mierda. No, así no. ¡Mira ése! ¿Será gilipollas? Si tuviera un coche como ése no necesitaría hacer el capullo para fardar. El coche basta. Peor, si no se lo digo es peor. Se enterará y me querrá cortar los huevos. Yo también querría. María, Luisa y yo nos casamos. No, demasiado formal. María, sabes que quiero mucho a Luisa. Bueno, por ahí puede colar. Llevamos una temporada muy buena. También lo sabe. Hemos pensado mucho en cómo sería nuestra vida juntos y… María no es tonta. Su cara es de… boca torcida, cejas arriba, mirada al suelo… ¿A quién intentas engañar? ¿A quién intento engañar? ¡Joder, qué tráfico! 1347 BDK. Como la de María, BDK. Pero su Corolla es mucho mejor. La besé aquella vez, la primera, en su Corolla. Mejor, ella me besó a mí. Me sentí utilizado por ella. Me encantó. Follar en su coche es genial. No sé cuántas veces lo hemos hecho ya. Ella se ríe de lo torpes que somos. Siempre me doy con el retrovisor en la cabeza. Ella prefiere debajo. ¡Coño, que esto avanza! Luisa mola también. Tiene piso. Está buenísima. Es más fría que María. Gana una pasta. La quiero, eso también. A ella le gusta arriba, como para controlar. Mejor. Su cama es comodísima. ¿Estoy enamorado de Luisa? No, pero no importa. Nos queremos mucho. María se troncha de risa. Ella lo sabe bien. María piensa que la quiero más a ella que a Luisa. Respeta lo de Luisa. De hecho respeta todo lo mío, me deja vivir. Luisa es más controladora. Luisa sospecha lo de María. Discutimos una vez. ¿Quién es esa guarra? ¡Es amiga mía y punto! ¡Y si no puedes respetar mis amistades, a tomar por culo! Ahí estuve bien. ¿Bien…? ¡Y una mierda! Nunca le he dicho a Luisa que me tiro a María, me dejaría. María no me ha dejado, ni me va a dejar aunque me case. Pues eso es lo que debería hacer. Me caso con Luisa y me quedo con las dos. A este locutor deberían despedirlo, no se le entiende una mierda cuando habla. ¿Qué estoy diciendo? Estoy haciendo lo posible por quedarme con María a toda costa. Perder a Luisa no me dolería tanto. No puedo prescindir de María. Tengo que hablar con ella. Necesito su lucidez. Que me ayude a pensar cómo decirle a Luisa que no. Cómo dejarla. No puedo estar con Luisa pensando en María. Eso es malo. Soy un cabrón, pero eso ya lo sabía. Ahora se trata de no serlo más aún. Ya lo soy suficiente. María, voy. María ayúdame. María me apoya y me dice lo que tengo que hacer para dejar a Luisa. Con María puedo ser sincero del todo. Ella sí me quiere como soy. Luisa me quiere como ella quiere que sea. Hija de puta… 

miércoles, 10 de diciembre de 2014

#132 DILE A MAMÁ



Hola

Cuando murió mamá hace tres años me sentí el niño más desgraciado del mundo. Casi toda mi vida giraba a su alrededor, y lo que no lo hacía ya me encargaba yo de hacérselo saber para que también formara parte de la suya. Así había sido siempre y así tenía que seguir siendo. Pero, como todos me dijisteis, “el cáncer le ha ganado la batalla” y, de un día para otro, me quedé sin madre, sin confidente y sin consuelo. Así es como lo sentí yo. Por suerte para los dos, eso no me duró demasiado. No es que no eche de menos a mamá - ¡claro que la echo de menos! -, pero lo superé. “Con papá vais a estar fenomenal, ya lo verás”, me dijeron otros entonces. Y no se han equivocado. La vida juntos estos tres años se nos ha dado de maravilla. Por supuesto que hemos tenido nuestros altibajos, pero supongo que la muerte de mamá nos hizo madurar un poco a todos.

Huérfano es una palabra que siempre he asociado con documentales trágicos de televisión. Jamás pasó por mi cabeza el pensar que yo me convertiría en uno. Y, si se me hubiera ocurrido hacerlo, seguramente no habría imaginado que me sucediera tan pronto. Superar la muerte de una madre fue muy doloroso. Pero superar la muerte de un padre algún tiempo después… ¡Sólo tengo trece años! Bueno, sé que tú también tuviste que pasar por eso hace tiempo. Te recuerdo cuando llamaste por teléfono y se lo contaste a mamá, y luego ella a mí. La verdad es que yo sabía que se trataba de algo triste, y de hecho esa tristeza anduvo volando por el aire de casa una temporada. Apenas se notaba en el día a día, pero era una presencia constante que termino desapareciendo. Me imagino ahora que esa presencia que habrá en casa también terminará por desaparecer. Supongo que Marta y Fran también la notarán, pero te prometo que entre los tres haremos un esfuerzo para que dure poco. No he hablado con ellos sobre esto aún. Tampoco lo hice cuando lo de mamá, pero somos hermanos y creo que sentimos parecido.

Ese es un asunto que sí pasó por mi cabeza el día que nos dijeron que… bueno, eso…, que habías tenido un accidente y que… habías muerto. ¿Qué va a pasar con nosotros? Pronto, antes de que tuviera ocasión de preguntárselo a nadie, Marta y Fran me dijeron: “Tú no te preocupes por nada, no nos van a separar ni a llevar a ningún sitio. Los dos tenemos más de dieciocho años y trabajamos. Los tres juntos forever, ¿está claro?” No hice más que asentir. He tenido que ver cómo ellos dos han tenido que reunirse y hablar con mucha gente a la que yo también he tenido que contestar a preguntas, pero menos mal que ese tema ya ha pasado. Creo que el que los tíos sean vecinos también ayuda bastante. Están mucho con nosotros y nos traen comida y vamos a sitios con ellos. Fran me lleva al cole en tu moto, pero te prometo que nos ponemos el casco los dos y él no corre. Marta me ayuda con los deberes las tardes que no tiene que ir al hospital. Es más dura que tú, pero sé que lo hace por mí, aunque me enfade con ella. Ella sabe que lo sé.

Por favor, dile a mamá cuando la veas que no me he olvidado de ella, que todavía pienso en ella y que sé que ahora estará mejor porque tú estás con ella. Te escribiré pronto.

Un beso a los dos.


Nico.

martes, 2 de diciembre de 2014

#131 LINEAS



La línea del horizonte siempre había sido recta y sin embargo Basile, a sus diez años, sabía de sobra que los caminos que llegaban a ella estaban plagados de recodos. Lo supo cuando apenas empezaba a tener uso de razón. Debía caminar durante horas para recoger tinajas con agua, las cuales debía portar sobre su cabeza de nuevo de vuelta a casa. Lo supo también cuando sólo sentía en sueños la presencia de su padre, enrolado en aquel viejo barco de carga, que le permitía estar junto a los suyos diez semanas al año. Lo tuvo claro cuando a los ocho años tuvo que vivir una encarnizada batalla entre etnias en su maltrecho barrio, y vio cómo los que hasta entonces habían sido vecinos bien avenidos se convertían en furibundos enemigos.

La vida estaba llena de vericuetos pedregosos en los que tropezar y caer, y sus diez años le habían enseñado a levantarse y continuar caminando. Al principio lloraba, frustrado, enrabietado ante lo que él consideraba injusto. Hasta que un día, el viejo sabio de la aldea le contó la mitad de un secreto.

La línea recta que visualizamos en el horizonte representa la forma en la que queremos resolver nuestra existencia cuando llegamos al final del camino, decía el viejo sabio. Antes de exhalar el último aliento los hombres y mujeres queremos dejar detrás de nosotros una línea que representa el haber enderezado todos esos quiebros que hemos vivido. Es un ajuste de cuentas de cada cual con su propia realidad.  El viejo le miraba fijamente cuando le dijo que es tarea de cada cual empezar desde pequeños a ordenar e intentar llevar con rectitud nuestras vivencias, ya que de lo contrario, si nos sobreviniera el momento de marcharnos, no tendríamos tiempo de llegar a ese punto, a nuestro horizonte, con las tareas hechas y una maraña de experiencias enrevesadas y plagadas de nudos nos perseguirían en el más allá.

Cuando el viejo hubo acabado, Basile le preguntó que por qué le había dicho que le contaba la mitad de un secreto, si en realidad le había contado lo que representaba la línea del horizonte que hasta entonces para él sólo era el final del día por el que el sol daba paso a la oscuridad. El sabio se sonrió y le dijo que, efectivamente, lo que le acaba de contar era lo mismo que el muchacho pensaba, de luz y oscuridad, de principio y fin, pero puesto en palabras de un viejo al que llamaban inmerecidamente sabio. Y era la mitad de un secreto, le dijo, porque le había explicado lo que representaba aquella línea difusa, pero el cómo llegar a ella y enderezarla al final de sus días era la otra mitad del secreto, y esa parte debía descubrirla cada uno en su caminar. Al llegar al final entonces, concluyó, el secreto se habrá desvelado.


Llegaba el ocaso cuando Basile salió de la casa del viejo y empezó a caminar por la calle cubierta de arena fina. Bajó una maltrecha farola se paró y giró la cabeza. Sus pies habían dejado las huellas sobre la arena. Formaban un camino, formaban una línea. Una línea recta.