miércoles, 12 de noviembre de 2014

#128 HORCHATERO



El comisario Galipienzo consideraba que había aguantado ya demasiado aquello. Eran muchos años en la unidad criminal de la comisaría del Distrito  de Comillas. Veinticinco sólo de comisario. Lo dicho, demasiados. Pero uno de los últimos había sido el detonante. Algo que nunca en su carrera le había afectado de aquella manera, minó aquel año. El caso del que se había responsabilizado entonces llegó a dar con su propia persona cara a cara, pistola en mano apuntando contra el criminal denominado por la prensa como El Horchatero, un tipo que, según se había dicho a los medios, helaba la sangre a cualquier interlocutor que tuviera una charla con él. Por lo que se comentó, y por lo que más aún en su detención y declaración el propio Galipienzo pudo comprobar, aquel hombre erizaba la nuca de cualquiera solamente con su pausado tono de voz. Jamás nadie le había visto elevar el volumen, ni siquiera cuando se le trató de poner al límite haciéndole autor de asuntos con los que se sabía que nunca había tenido nada que ver, solamente para comprobar sus reacciones y extrapolarlas a su caso. Además, el criminal resultó ser bastante particular por la imagen que daba con sus ropas blancas, nada elegantes, sino más bien estilo pintor con indumentaria nueva, y piel casi tan blanca como su atuendo, y fría, casi al borde de la congelación. Y su cara. En su cara redonda pero delgada resaltaban sus labios que sí aparentaban un rojo por el contraste con el resto, y sus ojos, cuando los mostraba, también inyectados en sangre, con los que no dudaba en mantener la mirada sin un parpadeo si era provocado a ello.

Aquel hombre, cuando el mismo inspector Galipienzo lo detuvo, acababa de actuar sobre su víctima número treinta y dos, y aún llevaba el cuchillo jamonero goteando sangre de la víctima en la mano. Jamás mató a ninguna. Tampoco las violó. A partir del gran número de atestados, declaraciones de víctimas y detenido, el comisario se hizo la imagen del sufrimiento que aquellas mujeres atacadas por El Horchatero habían sufrido y seguirían sufriendo el resto de sus vidas. Las amenazas de mutilaciones que a continuación se cumplían, cortes con el cuchillo jamonero al tiempo que acaricias con la otra mano, plasmaron en el cerebro de Galipienzo imágenes que ya estaban impresas en los ojos reales y vivos de aquellas que las padecieron. Algunas llegaron a suplicar su propia muerte tras verse delante de aquel frío manipulador en circunstancias humillantes, suplicando que el dolor acabara. Otras relataron que El Horchatero les había hecho saber que sus almas ya no descansarían ni vivas, ni muertas. Vivas, porque el destrozo físico de sus cuerpos estaría presente por siembre, ni una oreja, ni un dedo, ni una lengua volverían a crecer. Muertas, porque él mismo se suicidaría en cuanto tuviera oportunidad de hacerlo tras su detención y estaría esperándolas en el infierno para torturarlas durante toda la eternidad. Pero siempre mirándolas a los ojos y hablándolas al oído.


El comisario sabía que las víctimas que habían decidido mantenerse con vida seguían  años más tarde con pesadillas, orinándose encima al menor ruido, incluso algunas no habían vuelto aún a salir a la calle. La agorafobia era su día a día.

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