miércoles, 1 de octubre de 2014

#122 FUGA



No la cogerían fácilmente. Consiguió escurrirse entre los dedos de ese ser amenazante que hasta babeaba pensando en su presa. Qué poco disimulo, qué forma de abusar de las que eran más pequeñas. Al zafarse de su perseguidor cayó en la mesa por donde rodó hasta detenerse. Era sólo un lance, la batalla continuaba. Esas enormes manos volvían a cernirse sobre ella y ésta, aturdida, no sabía hacia donde escapar. Todo eran obstáculos y por otro lado le sabía mal irse sin las demás.

Parecía mentira. Una vez alcanzaba una edad, siempre vivían amenazadas con ser devoradas por aquellos seres. Las valoraban. Cierto. ¿Pero de qué servía esa valoración si el final era inevitablemente tan cruel? Y en el caso de la fugitiva que nos ocupa, aquel horrible olor a pescado. Ella que nació tan lejos del mar, en los campos de Andalucía, ahora se veía condenada a vivir impregnada en olor a lonja.

Una leve inclinación en la mesa la permitió posicionarse bajo un techado que la ocultaba de su perseguidor. Y esperó. Triste espera mientras observaba cómo sus compañeras caían una tras otra en ese festín improvisado en el que aquellos seres inmundos, ajenos a sus sentimientos, festejaban, celebraban y se saciaban a su costa.


Y pasó. Fue de manera imprevista, pero unos dedos la cogieron, apretando su costado, haciendo casi rebosar su relleno maloliente. Para terminar como terminaban sus vidas, esas vidas pausadas y tranquilas de pequeñas, respirando airé puro. Vareadas al llegar a la madurez. Unas exprimidas hasta morir y otras haciendo las veces de aperitivo. Qué dura era la vida de una aceituna.

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