miércoles, 3 de septiembre de 2014

#118 OTRO MOMENTO



La relación de Carlos y Ana siempre se había basado en la pasión desenfrenada y el sexo desatado a veces, incluso, irrespetuoso. Aquella relación no duró mucho, aunque a ambos les quedó la sensación de que ese tiempo fue demasiado. Demasiado intenso, demasiado dependiente y demasiado doloroso. Cuando al fin rompieron y tuvieron tiempo para ellos mismos, los dos prácticamente llegaron a la misma conclusión: le habían dedicado tanta energía a la conservación de aquella relación, que no prestaron atención ni al otro ni a sí mismos. En aquel periodo llegaron a conocer la manera de satisfacer y satisfacerse, pero no sabían la comida preferida del otro. Supieron llegar a un clímax como nunca lo habían hecho, pero nunca supieron realmente en qué trabajaba el otro. Habrían sabido describir con los ojos cerrados el cuerpo desnudo del otro, pero no habrían acertado con el número de hermanos de cada uno. Y hasta que no pasaron por el dolor de la propia relación y luego el de la ruptura, no supieron hasta qué punto se habían perdido el respeto el uno al otro y a sí mismos. Y no fue inmediatamente, sino con el paso de los meses, incluso los años. Ninguno de los dos se habría imaginado que, al volver a verse cara a cara de nuevo por casualidad, lo primero que surgiría de ambos fue lo que jamás hicieron cuando estuvieron antes tan cerca: un largo, tierno y sentido abrazo.

Carlos iba caminando por el paseo de la playa con un grupo de amigos en dirección al puerto, y Ana volvía del puerto camino de la arena con su respectivo grupo de amigas. Un paseo agradable, pues aquella noche de verano no era especialmente calurosa. Habían pasado nueve años desde que se vieran por última vez, momento en el que habían tenido su última discusión, momento de la separación. A Carlos le dio un vuelco el corazón al ver a Ana. Ana levantó la vista como si hubiera sentido la llamada de Carlos y se quedó parada en el paseo. Sonrieron con sinceridad, se acercaron el uno al otro, se miraron a los ojos unos segundos y, finalmente, se abrazaron. Y así permanecieron unos minutos, obviando a sus amigos y obviando el pasado.

―¿Tomamos tú y yo algo? ―propuso Carlos.

―Sí ―contestó Ana casi sin dejarle terminar la pregunta.

Durante unas cuántas horas se fueron poniendo al día. Se contaron cosas que habían pasado durante aquellos nueve años, pero también se contaron cosas anteriores, cosas que eran de cuando estuvieron juntos, e incluso anteriores aún. Pero ninguno hizo hincapié en eso ni fue rencoroso, sino todo lo contrario. Ambos condescendieron y se mostraron mucho más maduros. Ambos pusieron real interés por conocer cómo le habían ido las cosas al otro. Ana le contó que después de varios intentos fue aceptada en la facultad de Bellas Artes. Carlos había montado un taller y una tienda de motos y le iba bien. Ana estuvo saliendo con un chico más joven que ella que también estudiaba Bellas Artes, pero lo dejaron pronto porque él se emborrachaba demasiado y hacía y decía demasiadas estupideces. Tenía la cabeza vacía y el corazón frío, matizó Ana. Carlos no había tenido ninguna novia. Sí, ligues de una noche, pero nada importante. Nunca nada como tú, dijo. Y Ana se ruborizó y desvió la mirada. Se acercó a él y le puso la cabeza en el hombro. Quiero hacer el amor contigo. Confieso que es algo que he echado de menos. Carlos le acarició el pelo. Ambos se levantaron y se fueron a casa de Carlos. El mismo lugar, pero distintas sensaciones.


Hicieron el amor despacio, como si fueran figuras de cristal que temieran romper. Cuando Carlos acompañó a Ana a casa, se despidieron sin palabras. Mejor así, pensaron ambos. Así podremos retomar tranquilamente nuestro verdadero momento, pensó Ana. Así no nos haremos más daño cuando no nos volvamos a ver, pensó Carlos caminando de vuelta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario