martes, 10 de junio de 2014

#106 MONTIA FONTANA



Ese instante fue primavera. Lejos de nubes oxidadas, de tránsitos inquietos, de carreras hacia ninguna parte. En la sierra brotan los colores y las flores, salpicadas de guiños de sabores, de sensaciones pausadas y con el único horizonte del sentir de cada uno. Morados, blancos, pétalos de rúcula y borraja sobre brochazos rojos, trazos de oliva y rayas divisorias. La piedra fría que aporta calidez al paseo, la leña quieta que hace el tiempo inmóvil, sin estaciones. Y sin embargo, al cerrar los ojos, es primavera. O verano. U otoño. O invierno. Porque cada paseo es distinto y cada brote te acompaña a un viaje diferente. Todo de aquí, de la tierra, el campo, el trabajo de siempre que no cae en la trampa de los tiempos de ahora. Lo de hoy adereza, salpica, decora, pero la raíz es antigua.

El verde de la boruja trasluce el agua del arroyo y la tiñe como tocada por una varita de sauco. La magia se mezcla con los rojos de la uva, el turbio de barril. Olores a terruño virgen, trabajado como antes, y otra vez el panaché de siempre sazonado de aires frescos y de bocados de felicidad. Del mar que no lo circunda, de la montaña que envuelve el largo paseo en el que, al avanzar, descubres nuevos parajes. Y sin dejar de sentir, de oler, de saborear y de acompañar la mano por las texturas y las formas que nos mecen en ese tan personal como particular collage, volvemos en nuestro caminar al punto de partida.


Y cuando tuve que llegar de nuevo al rugir de mis nubes oxidadas, de mi tránsito inquieto y mis carreras a ninguna parte, cuando mi particular cuco entonó su canto, mis pamplinas invadieron los brotes que me habían hecho pasear por esa senda sinfónica. Entonces miré hacia arriba, hacia la montaña, y creí distinguir la magia del sauco acompañando el verde de la Montia Fontana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario