martes, 6 de mayo de 2014

#101 ÉRASE UNA VEZ



Ésta es la historia de un cuento que quería escribirse solo. Y se puso manos a la obra sin pensar en nada más que en el escenario y en los protagonistas. Sabía lo que quería contar. Pero fue empezar la primera frase y sentir que no sería capaz de terminarlo. Y se tiró a la papelera. Y volvió a empezar. Mismo escenario mismos protagonistas. Buscó un inicio ingenioso, rápido y contundente. De ésos que trata de enganchar al lector y retener su respiración. Pero no. El cuento no quería eso, quería ser una carrera de fondo. Puede que no a corto plazo. Pero tampoco quería rellenar folios y más folios. Y se volvió a lanzar al olvido en forma de bola de papel.

El cuento se paró a pensar. Quizás no lo había hecho antes con suficiente detenimiento. Fantaseó, divagó por los pasillos de los sueños, hiló y tejió, maniobró para darse forma. Continuó recorriendo ese camino llevado por la imaginación. Y con ansia empezó de nuevo su historia. Un párrafo. Tres líneas. ¿Cómo terminaría aquello? ¿Qué desenlace habría después de su punto y final? No lo sabía, y esa incertidumbre le bloqueaba para continuar escribiendo. Y se volvió a desechar. Sólo quería escribir su cuento, lo conocía, lo había pensado, soñado e incluso palpado. Pero no era capaz de desarrollarlo por miedo a lo que ocurriría después. Como si una suerte de epílogo, en el que no había pensado, por cierto, le impidiera construir su idea.


Sopesó abandonar. Al fin y al cabo no dejaba de ser un simple cuento al que cada día moldeaban a su gusto ésos que se llamaban autores, escritores, que lanzaban a través de sus líneas historias de otros, de nadie, de cosas, hechos, sucesos. Y el seguiría sirviendo para ello. Volvió a darse una vuelta. ¿Y si no importara el después? ¿Y si el epílogo es algo que podemos extender hasta convertirlo en la continuación de nuestro propio cuento? ¿Y si los cuentos no tuvieran fin? Pero entonces pensó que tendría que seguir escribiendo siempre, cada día, folio tras folio, a corto, medio y largo plazo. Dudó. ¿No trataba de eso el mayor cuento de todos? ¿No era lo que cada cual hacía con su propia historia? Pero no los autores, los escritores. No. Era lo que hacían todas y cada una de las personas que transitaban por su propio relato. Por su vida. Y sin percatarse el cuento empezó de nuevo a sentir, a soñar y esta vez a escribir. Empezó por el principio sin saber cual sería el final. "Érase una vez un..." 

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