miércoles, 12 de marzo de 2014

#93 MARIE




Marie consiguió una beca para estudiar en la Université de Genève. Dedicó todo su bachillerato y primeros cursos de Ciencias a profundizar en el campo de la genética. Antes de terminar segundo publicó un artículo en el Animal Genetic Resources, y un año después publicó su primer libró basándose en ese artículo. Su juventud, logros y evidente pasión por la genética la pusieron a la cabeza de la lista de solicitantes de esa beca en Suiza. Así que no había terminado el mes de agosto cuando se despidió de sus padres y hermano pequeño y, arrastrando su maleta, salió hacia el aeropuerto.  Durante el vuelo quiso imaginar su versión de Ginebra. No la de cientos, miles de personas que habían expuesto sus opiniones y fotografías a lo largo y sobre todo ancho de Internet, sino lo que ella creía que sería Ginebra para una chica de veintitrés años, sin la carrera terminada, saliendo sola de debajo de las alas de papá y mamá para investigar el mundo. Esto último casi tenía más importancia que la propia genética por la cual y a la cual, irónicamente, agradecía sus éxitos en la vida. Ginebra al final resultó ser bastante parecida a lo que ella imaginó. Por lo tanto, no resultó ser una sorpresa, ni para bien ni para mal. La ciudad, a pesar de su modernidad, estaba muy estéticamente anclada en La Ilustración. Distinto. Bonito. Antiguo. Europeo. Por sus calles había de todo tipo de gente, pero por destacar algo teniendo en cuenta su condición, Marie vio mayoría de estudiantes ausentes y concentrados en sus propios estudios durante el día, y despistados y muy ocurrentes  por las noches en determinados bares después de determinadas cervezas. Durante un año entero Marie formó parte de todo aquello hasta que la beca tuvo fin, lo cual le hizo retornar al lugar de donde había partido y ocupar su lugar familiar junto a su hermano y sus padres.

Marie se quedó embarazada en el último curso de instituto. Quiso abortar, pero no lo consiguió. Lo que sí había conseguido unos meses antes fue un trabajillo en el MacDonald’s limpiando suelos, baños y papeleras. Casi consiguió también que les diera un infarto a sus padres cuando se enteraron. En la peluquería, una señora le dijo: “Chica, no sé cómo puedes llevar así de bien lo de tu hija”. “No sé de qué me hablas”, contestó ella. “Pues qué va a ser”. Y se lo confirmó su propia hija cuando al llegar a casa se lo preguntó abiertamente. El padre, un chaval de la clase. Trabajaba por las noches en una gasolinera. No tenía más familia que un hermano mayor que hasta el siguiente año seguiría siendo su tutor legal. Marie, ante el estado de nervios y frustración de sus padres, antes de que acabara el mes de agosto, hizo una maleta con algunas de sus cosas y se fue a vivir a casa del padre de su futuro hijo. Su madre hizo limpieza en el dormitorio de su hija como si nunca hubiera existido ésta y enseguida le dio otro uso, que la casa no era muy grande y falta le hacía el espacio. Por lo que ella a respectaba, nunca tuvo una hija. Y así se lo hizo saber a cada persona que durante los siguientes meses le preguntaba por ella. Marie y su chico se cuidaron lo mejor que supieron. Ella trabajó hasta casi el final del embarazo. Los amigos les fueron consiguiendo ciertas cosas que pensaron necesitaría el bebé. El día del parto llegó. Hubo complicaciones en el quirófano y el bebé nació muerto. Los padres volvieron a casa a los dos días con los brazos y las almas vacíos. Durante unos pocos meses se echaron en cara la muerte del bebé, la inseguridad que sentían y la pobre vida que llevaban. Coincidieron al fin en que lo mejor sería separarse y cada uno siguiera por su lado. Sin el bebé ya nada les unía. El padre de Marie abrió la puerta cuando ésta tocó el timbre. La abrazó y la dejó entrar. No hablaron pero se lo dijeron todo. Marie volvió a ocupar su dormitorio y su lugar familiar junto a su hermano y sus padres.

Lo cierto era que ninguna de aquellas historias sucedió. La realidad fue que a mediados de agosto la chica se ausentó de su casa. En ella quedaron su hermano y sus padres. Tampoco se llamaba Marie. ¿Tal vez María? ¿Lucía? Una incógnita. Todo el otoño, invierno y primavera siguientes el dormitorio estuvo desocupado. Las cortinas que siempre habían permanecido cerradas ocultando el interior de la estancia ahora dejaban ver los muebles y el espacio vacío que la chica había dejado. De vez en cuando un tendedero portátil aparecía y desaparecía a los dos días. Algunos indicios de que allí estuvo la chica se veían desde mi ventana: un peluche, un póster de no sé qué famoso. Entonces se veía todo sin el telón opaco que impedía que se la viera a ella cuando permanecía despierta con la luz encendida hasta las cuatro o cinco de la mañana. Un día las cortinas volvieron a cerrarse y la luz volvió a encenderse hasta altas horas de la madrugada. Ella había vuelto a ocupar su lugar familiar junto a su hermano y sus padres. ¿Dónde estuvo todo ese tiempo? Nunca lo supe. Cada vez se me ocurrió algo distinto.



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