miércoles, 5 de marzo de 2014

#92 VIOLENCIA



Violencia. Pensaba en ello mientras en sus ojos se reflejaban las llamas detrás de aquel contenedor volcado. En su mano una botella con la mezcla precisa de gasolina y jabón. Y un trozo de trapo a modo de mecha. Detrás de la improvisada barricada un tropel de militares guardaba celosamente a su amo. Le protegían de una masa enfurecida que no acababa de entender cómo podía tener precisamente eso, una guardia pretoriana a su servicio, cuando no dejaban de ser parte del pueblo que él mismo estaba esquilmando.

Le temblaba la mano. Violencia lo llamaban. Violencia era despojar a un pueblo de su ser, violencia era arrojar a las familias a la miseria. Un contenedor ardiendo no era sino la consecuencia lógica de aquel desmán. Sus ojos brillaban en una película de lágrimas que no terminaban de desbordarse. Y ahí se podía contemplar la miseria, la indignación, las dudas. Pero también la firmeza, la resistencia, el ansia.
Hacía días que estaban acampados delante del palacio presidencial. La chispa prendió con las nuevas tasas universitarias. Una medida más de las que se venían tomando desde hacía meses y que habían arrojado a la cuneta a miles de ciudadanos de clase media y baja, generando una población mísera y sin esperanzas. Pero todo cambió cuando el cacique que se parapetaba detrás de los muros de aquel edificio metió mano a la población universitaria. En la práctica convertía los estudios universitarios en un privilegio, privando a gran parte de ellos de la posibilidad de finalizarlos.

Carla era una de ellas. Llevaba tres años compatibilizando la carrera de ciencias políticas con un trabajo de mierda en un bar de copas. Había aprendido a estirar las noches acortando el sueño para sacar adelante las asignaturas. Sabía que terminar la carrera sería el punto de inflexión en su familia, donde generación tras generación se habían visto abocados a empleos precarios y mal remunerados, por falta de titulación. Pero ahora, con la espalda pegada a aquel contenedor, el futuro era tan gris como ese humo que se alzaba de las barricadas. Un intenso compromiso social y de lucha habían precedido a aquel día, a ese momento en el que asía una botella explosiva. Antes manifestaciones, charlas, encuentros y asambleas. Pero nada había servido.


Violencia lo llamaban. Truncar los sueños es violencia. Empujar a la pesadilla es violencia, pensó. Y Carla quería seguir soñando. Se alzó sobre el contenedor con la cara tapada, y en un gesto casi ceremonioso prendió el trapo que hacía de mecha y, con todas sus ganas, arrojó la botella ardiendo contra el cordón militar. A Carla no la despertarían porque ella quería seguir soñando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario