martes, 14 de enero de 2014

#85 EL LIMÓN



“¿Tú vas hoy?”

“¡Hostias, tío! ¡Claro que sí! Yo ya no me pierdo un solo día.”

“Yo me he enganchado a ése. O no sé si me ha enganchado él a mí. Pero no puedo pasar sin oírle.”

Éstas y otras cosillas se oían desde primera hora de la mañana de cada jueves en los corrillos de la Universidad. Y como si de una clase magistral se tratara, la facultad de Filosofía y Letras se llenaba el día entero, a pesar de que el señor Limón no salía a la palestra hasta las cinco de la tarde.

Todo empezó hacía exactamente un año en la cafetería. Un grupo de afanados jugadores de mus que hacíanse llamar estudiantes en sus ratos libres, increpó al camarero que trataba de retirarles los restos de la consumición que estiraban durante las horas que durara la partida. Burdos improperios salieron de las bocas de los agrupados atacando la nacionalidad del educado barman que les escuchó atentamente hasta que uno preguntó:

―¿Has entendido algo de lo que te hemos dicho, chino?

Se hizo silencio alrededor, creció la tensión y nació el señor Limón:

“Auque entiendo bien tu idioma,
los rebuznos no comprendo
porque al asno yo no entiendo
por mucha sopa que coma.

Pero tú en este caso
no es sopa, sino boba
y la poca fuerza y coba
que le das a un solo vaso.

Que si más libros leyeras
y más lecciones tomaras,
ni cara de pito adoptaras,
ni pito de cerdo tuvieras.

Abona pues tu alcohol
antes de que mi chino pie
responda sólo de él
en tu culo español.”


Así fue como cada jueves como aquél, el señor Limón se sube en una mesa del local a las cinco de la tarde, recita uno de sus poemas, saluda y se vuelve al trabajo.

“¿Por qué señor Limón? ¿Por el amarillo?”


“Por eso y por las rimas.”

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