martes, 12 de noviembre de 2013

#77 PAQUITO



Apareció doblando la esquina, errante, con unos vaqueros enormes, una camiseta a rayas azul clarito. Hasta en eso pasaba desapercibido Paquito, se mimetizaba con el cielo que rozaba con su enorme cuerpo. Salía del comedor el primer día de clase. A sus siete años su estatura tenía que haberle hecho visible a metros de distancia. Y sin embargo era como si el mundo no reparara en él.

Por la mañana las primeras miradas sin disimulo le habían advertido sobre lo que sería la tónica del día. Era nuevo en el colegio y los demás niños, lejos de sentir alguna inquietud por el nuevo, le rehuían como si de un monstruo se tratara. Algunos entraron en el aula agachando la cabeza a su lado y pronto se juntaron los amigos por grupos. Se contaban las vacaciones a toda prisa como si no tuvieran por delante nueve meses de curso, con ese ansia infantil que quiere todo ahora. Ya. Paquito buscó hueco al final de la clase, sabía que su sitio era allí porque su enorme estatura no le permitía acercarse a la pizarra. Su espalda, larga como el cuello de una jirafa, taparía la vista de los que se sentaran detrás. Ya lo había vivido en el otro colegio.

Entró en el aula el conserje del colegio antes que la profesora y todos callaron. Llevaba una mesa de adulto, con una gran silla para el nuevo. Para Paquito. Sin decir nada y sin preguntar la puso en la ultima fila, miró de reojo al inquilino de aquel pupitre y se marchó arrastrando la atención del resto de los alumnos hacia la puerta. Se volvió a romper el silencio y las conversaciones retomaron las vacaciones, la playa, la montaña,  esa nueva mascota que Diego había adoptado y que le convertía en la envidia de toda la clase.
Por fin entro la profesora. Diana, se llamaba, y tras su presentación pasó a pedir a todos los alumnos que escribieran su nombre en un papel y lo colocaran en forma de triángulo encima de las mesas. Uno por uno fueron diciendo su nombre. El ultimo en presentarse fue Paquito, y su voz ronca, de hombre mayor estremeció a sus compañeros.

―Me llamo Paquito ―dijo― y tengo siete años ―remató.

Paquito siempre decía su edad a modo de explicación, como si tuviera que insistir en que su voz y su cuerpo, aun no reflejando la realidad, albergaba a un niño pequeño, tan  pequeño como los que le rodeaban y sin embargo forzado a dar unas explicaciones que el resto no daba.

La primera parte de la mañana transcurrió con tensa normalidad para Paquito, que estaba más pendiente de lo que estaba por llegar y que, aun conociendo la dinámica de lo que ya le había ocurrido en el otro colegio, siempre tenía su mayor temor en un momento concreto de la jornada: el recreo. Y aquel colegio no iba a ser menos y aquellos compañeros tampoco. Tal y como se imaginaba se pasó los veinte minutos sentado en el patio, con sus enormes y largas piernas cruzadas la una sobre la otra, esquivando con sus ojos tristes las miradas desconfiadas del resto de los alumnos. Si temía las clases, peor se sentía en el recreo donde las miradas se multiplicaban y la desconfianza se disparaba.

Después de la segunda parte de la mañana quedaba la comida. Otro de los retos para la desafortunada autoestima de Paquito, que a su edad se había acostumbrado a comer bajo la mirada escrutadora de todos en un comedor repleto de niños y niñas. Sentía esa desagradable sensación que se tiene cuando vamos en el metro y nos leen por encima del hombro. Sólo que a él nadie le llegaba al hombro. Sólo era el primer día de clase y ya salía abatido del comedor.

Y allí estaba, apoyado en la pared con sus vaqueros de adulto y su camiseta de rayas azul clarita. Miraba hacia fuera del colegio, a través de una valla que para él significaba mucho más que el límite de los dominios del centro escolar. En eso escuchó un ruido. Miró hacia el lado opuesto de la valla y vio cómo un niño arrastraba una pesada silla en su dirección. Todos en el patio pararon al escuchar el chirriar de las patas de la silla contra el suelo. El niño era de la clase de Paquito, y no sin esfuerzo continuaba tirando de la silla que debía de haber sacado del comedor. Paró al lado del nuevo de la clase, aun bajo la mirada del resto de alumnos y del gesto atónito de Paquito. Se subió a la silla y, consiguiendo colocar su mirada casi a la altura de su interlocutor, dijo:

―Me llamo Daniel. ¿Y tú?

Paquito dudó.

―Paquito...

―¿Jugamos? ―le dijo Daniel con confianza.

―Vale. ―La respuesta de Paquito fue breve, como hacen los niños.
Daniel bajó de la silla y empezó a arrastrarla de nuevo mientras caminaba al lado de Paquito.

―¿Te llevo la silla? ―le dijo Paquito ahora más cómodo.

―Vale ―respondió Daniel a tono con la cadencia de la conversación.


Ambos se alejaron por el patio, ante la congelada mirada del resto de compañeros, dos figuras dispares juntas, dos nuevos compañeros. Y una silla.

2 comentarios:

  1. Casi me pongo a llorar con esta historia.
    Felicidades!

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  2. Por cierto la hora de la entrada anda un poco descuadrada, la he puesto a las 08:55 de la mañana.

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