miércoles, 30 de octubre de 2013

#75 UN PESO DE LOS DE ANTES



Lo tenía todo anotado. Como un grueso fajo de billetes que ostentara el poder, entre sus páginas estaban todas las direcciones y teléfonos que podía amasar. Sus páginas frecuentemente arrancadas con el fin de servir de guía hacia alguna parte. Hacia algún punto. Y sin embargo era habitual obviarla al pasar a su lado, ni siquiera su color llamaba ya la atención. Un tal Google la había relegado a un destierro forzado. Los destierros siempre son forzados. Pero llegaría su hora, como había llegado la recuperación de aquellos objetos valiosos que por antiguos se dejaron aparcados en cajones, armarios, o en el peor de los casos habían sido pasto del vertedero.

El grueso lomo mantenía recta toda la información que atesoraba. Con letra pequeña, cuidadosamente impresa y salpicado con recuadros que para despertar el interés del lector, del buscador más bien, destacaba por sus grandes caracteres. Pero daba igual. Maldito Google y maldito Internet. ¿Acaso el borde de la pantalla servía para hacer anotaciones? Pero anotaciones de verdad, con ese boli que te dejaba el lateral de la mano con una traza de azul… Ni siquiera el genio de la manzana había llegado a tanto. ¿Acaso alguna vez las modernidades que nos nublaban la perspectiva habían gozado de tan diversidad de funciones?


Ella no sólo orientaba y daba información. Había servido para calzar muebles antiguos, para sujetar puertas, a modo de escalón para llegar a los sitios altos, incluso algún depravado la había usado para atizar en la cabeza a los detenidos. Y sí. Era pesada, pero es que el valor tiene su peso, y cuando la cubierta y el interior relucen oro no es sólo una señal. Nada se había inventado aún que estuviera a la altura de sus páginas amarillas.

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