martes, 17 de septiembre de 2013

#69 MELODIAS DE SABOR



No era un apasionado de la música, sin embargo no dejaba de escucharla. Creo que se debía a una actitud general cuyo punto fundamental radicaba en no implicarse demasiado en las cosas. Por varios motivos, pero fundamentalmente porque mi comportamiento obsesivo tendía a centrarse demasiado en mis particulares focos de atención. Por eso, cuando me sentía especialmente atraído por algo, lo echaba de mi vida. Luego estaba mi falta de capacidad de retención. Mi memoria no era exquisita, aunque manejaba con lucidez la capacidad de almacenar recuerdos en una especie de ralentí, sin reparar en ellos hasta que el detonante adecuado los sacaba a flote.

Y eso era para mí la música: percutor de la pólvora que desencadenaba mis recuerdos. Muchas canciones evocaban algún momento de mi vida, y al sonar hacían emerger hasta hacer tangibles momentos pasados. Algunos eran dulces bocados de mi infancia, o sabores de ésos que ahora se llaman “fusión” y que en mi interior llevan bullendo desde siempre, sin fechas ni modas. Los había picantes como una guindilla, ésos marcaban el camino de los labios a la lengua, de ahí al paladar para bajar por la garganta de nuevo a su estante en el olvido. Y, cómo no, había hueco para el amargo, aquello que inexplicablemente se afanan en llamar los “sinsabores” de la vida. Y pese a extirparle sus propiedades convirtiéndolo en insípido, el rastro en boca era áspero, evocado por aquellas vivencias que uno querría sepultar en el olvido, sin dejar cargado el cartucho que lo hace despertar. Puede que lo almacenemos para valorar el presente, puede que nos anime a afrontar el futuro.

Los sabores dulces solían evocar a mi infancia, y quizás algún momento de mi ya entrada edad adulta, un abrazo, una mano entrelazada. Los Beach Boys en su formato cassete disparaban estos recuerdos mejor que ninguno. Los picantes y los sabores fusión corrían a cargo de Los Rodríguez y mi adolescencia efervescente en periodos de verano. Los amargos se escondían detrás de melodías traicioneras que podían hacer fluctuar los sabores entre el dulce y el amargo en una suerte de menú oriental imprevisto. Canciones ñoñas de radio fórmula generalmente. Y sin embargo me gustaba repetir, una vez encontrado el plato, por muy difícil que fuera su digestión.

Después estaban los otros, los pata negra, Queen, Dire Straits, Sabina… manjares para cualquier situación, sabor del pasado, presente o futuro. Y me gustaba hacerlos sonar a modo de ruleta rusa que rescataría un momento aleatorio,  cualquier sabor tan intenso que llegara a sentir la textura. Pero dejaba un rastro amable, agradable, aunque hubiera desencadenado la amargura más intensa.


Y ocurría que una canción me hacía sentir un sabor que no existía en los archivos de mi memoria; buscaba y rebuscaba pero no florecía, y si no lo hacía era por no haberlo probado antes. Entonces con mucha expectación lo archivaba en un cajón de momentos por vivir, sabiendo que tarde o temprano llegaría el bocado. Y su melodía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario