miércoles, 11 de septiembre de 2013

#68 LA PROMESA



―Disculpe, caballero. ¿Sería tan amable de decirme quién es usted y qué hace a estas horas en plena noche apostado en este lugar?

―Por supuesto, agente. No es mi intención causar ninguna molestia a nadie. Tan solo espero a un antiguo amigo. Pero permítame que le cuente la historia completa. Estoy seguro que tras el relato quedará satisfecho y usted podrá continuar su camino con tranquilidad y yo podré seguir esperando a mi antiguo amigo:

>>Mi nombre es William Forrest Faulkner. Hace exactamente veinte años, en el restaurante que se encontraba en este mismo lugar, mi amigo Thomas Louis Baker y yo nos despedíamos, pues yo abandonaría al día siguiente la ciudad en busca de fortuna en el oeste. Acordamos el viejo Tom y yo que, si las cosas nos iban lo suficientemente bien, nos habríamos de encontrar pasados veinte años en aquel mismo lugar a la misma hora para ponernos al día de nuestras vidas. Y lo cierto es que a mí no me fue del todo mal. Nada más marchar de aquí la cosa estuvo un poco fea, porque no tenía yo ni oficio ni beneficio y tuve que aceptar trabajos poco gratos, pero que me ayudarían a alcanzar mi destino final: el oeste. Así serví mesas y fregué vasos en los antros más sórdidos que un hombre jamás haya podido conocer, estropeé mis manos y pulmones en las minas más oscuras, cavé tumbas y enterré cadáveres... Hasta que, en uno de mis empleos conocí a la mujer de mis sueños. Pero no fue fácil ser dueño de sus encantos, porque era hija del alcalde de la ciudad en la que me hallaba por entonces. Su simpatía sí hizo, sin embargo, que su padre me ofreciera otros puestos donde desarrollar mi carrera profesional. Así fui escribano, recaudador de impuestos y más tarde concejal. No estaba yo cómodo de todas maneras en aquella situación porque, al poco tiempo, la madre de la muchacha a la que yo pretendía y mujer de mi jefe se me insinuó claramente. Y ―¡pobre de mí!― la carne es débil. Con lo que, habiendo satisfecho a la madre antes incluso que a la hija, el hombre que no era yo se enteró de aquel incidente y hube de huir de la ciudad con lo puesto, que no era mucho, usted me entiende. La situación me llevó a mendigar para comer y subirme a trenes que me acercaran a mi destino final: el oeste. Pero en el camino, se lo confieso, me junté con malas compañías ―normal, si quiere, en mi situación― que me llevaron a cometer pequeños hurtos, nada importante, de verdad se lo digo, agente. Y con ayuda del destino y la suerte alcancé mi meta en el oeste donde, con gran esfuerzo y trabajo, pude abrir un salón y más tarde una licorería y un restaurante. Con mucha ilusión y, ya le digo, trabajo duro, los beneficios crecieron para permitirme abrir hasta un hotel y varios salones más de juego.

―Así que los últimos años han sido francamente buenos y boyantes, lo cual me ha permitido cumplir con la promesa que le hice a mi viejo amigo de venir a reunirme con él y hacerle partícipe de mi historia y de mi vida. Y ofrecerle, si así lo quisiera, trabajo conmigo en el oeste.

―Una historia muy interesante, señor Faulkner. Pero ya sabe que el restaurante que entonces hubo en este lugar ya cerró hace años.

―No importa. Le esperaré un poco más en la calle, si a usted no le causa inconveniente.

―Faltaría más. Espero que su espera no se prolongue en exceso.

―Muy amable, agente, que pase usted buena noche ―dijo mientras se llevaba la mano al ala del sombrero con una leve inclinación de cabeza.


El agente caminó tranquilamente hasta que desapareció doblando la esquina. Se acercó al teléfono público desde el que hizo una llamada breve. Cuatro minutos después, el agente Baker observó cómo una veintena de policías daba el alto y detenía al famoso William “el guapo”, autor de varios robos a bancos, salones de juego, licorerías y hoteles del oeste del país, así como algún asesinato a sangre fría, entre ellos al alcalde de Cheyenne, WY. Aquella noche, ninguno de los dos viejos amigos faltó a la cita.

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