miércoles, 14 de agosto de 2013

#64 EL ABRAZO



―Te estaba esperando ―le dije.
―Lo siento, pero no estoy sola.

Aquél fue nuestro primer encuentro. Cada vez que mi enfermedad me llevaba al hospital, recorría todas las habitaciones en su busca sin hallarla. Seguí buscándola por aquellos lugares que yo sabía solía frecuentar. Mi debilidad me llevó al mundo de las drogas y el alcohol. A menudo me parecía ver su cara de nuevo, pero era mi ansia por encontrarla lo que me llevaba a imaginarme su rostro en el rostro de otras a las que usé y tiré por ser imitaciones. Mi actitud me enzarzó en peleas de las que salía mal parado. Tal vez lo que quería era acabar en el hospital para que ella volviera a entrar en mi habitación y me dijera "hoy he venido a verte". Sabía que era amante de las carreras ilegales y durante un tiempo me dediqué a correr contra otros por polígonos abandonados y carreteras secundarias a oscuras. Siempre con la intención de encontrarme con ella. Pero no la vi por allí.

Mi enfermedad mejoraba y eso me alejaba del hospital. Casi había empezado a olvidarla, pero mi subconsciente enfocó mi carrera periodística para llevarme a conflictos bélicos como reportero. Yo sabía que ella viajaba con bastante frecuencia a esos lugares y, con poca esperanza y desgana, la buscaba también. Nada.

Visité otros sitios más tranquilos donde sabía que ella se retiraba a meditar y estar sola, y durante un tiempo dormí al raso en cementerios esperando verla aparecer. Aullaban los lobos y los cipreses se alzaban firmes. Ni rastro de ella.

Decidí darme por vencido. Me centré en la cura de mi enfermedad sin buscarla ya más. Durante mi sorprendente recuperación conocí a una enfermera que se enamoró de mí y la correspondí. Salimos un tiempo y nos casamos. Ella era firme defensora de los derechos humanos y yo la acompañaba a los eventos que ella me proponía.

Una tarde acudimos juntos a una concentración en contra del hambre en el mundo. Aparentemente un grupo de radicales aprovecharon para mostrar sus pancartas políticamente tendenciosas y el ambiente se puso feo. La policía no hizo diferencias y comenzó a cargar. Corrimos para evitar los golpes. Ella tiraba de mi brazo guiándome hacia un lugar seguro cuando la reconocí. Allí estaba. De pie. Sola. Parada en mitad de la muchedumbre que corría a su alrededor. Mirándome con sus profundos ojos. Iba vestida igual que la vez que la conocí: vaqueros y sudadera con capucha negros. Solté la mano de mi chica y la perdí entre el gentío alborotado. Me paré delante de la que me miraba fijamente con una sonrisa cálida.

―Te busqué tanto tiempo…
―Lo sé ―dijo―, pero no estaba preparada. Y tú tampoco.


Lentamente se acercó y me abrazó. Sentí su fuerza alrededor de mi cuello y el sorprendente calor de su cuerpo en contacto con el mío, como si no lleváramos ninguna ropa. En ese momento supe que jamás me separaría de ella. Ella ya no me dejaría, no desaparecería. Sería suyo eternamente. 

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