miércoles, 13 de marzo de 2013

#42 ASESINANDO AL CANTAUTOR


Asesinando un Knockin’ on Heaven’s Door a mamporrazos contra su desvencijada guitarra y con un vozarrón algo peor que cazallero, Raúl se imaginaba a sí mismo en Canal Street de Nueva Orleans, a unos cien metros del negrata ése que toca el saxo y suda como un gorrino. Pero no. La realidad era que se tenía que dar con un canto en los dientes pudiendo versionar a Dylan en los pasillos de la estación de Alonso Martínez. Era más que probable que allí hubiera más tráfico de personal que en Canal Street, pero en la ciudad del cuarto creciente los que pasaran seguro que irían más borrachos y sabrían apreciar mejor su talento. En Madrid la gente siempre iba con prisas. ¿Dónde cojones irán todos? ¿A apagar un fuego o qué? Se creerán que así van a ganar dinero más deprisa, se decía Raúl. Sabía que al fin y al cabo nadie le prestaba atención. Era muy posible que los que le echaban algún céntimo sobre el trapo del suelo lo que estaban deseando era que se callase y dejase de atronar los oídos al personal. Sobre todo a los que iban inmersos en sus pantallas móviles, tabletas, libros electrónicos, etc. Porque los que iban directamente con los auriculares apenas se percatarían siquiera de su presencia.

-¡Jo, tío, ésa me mola mucho! – le había soltado de repente una chavalilla mientras versionaba Con la Frente Marchita.

La niña tiene buen gusto, pensó para sí, mientras entrecerraba los ojos para parecer más sentido en el estribillo intentando imitar con más énfasis la rota voz de Sabina:

Y no volví más
a tu puesto del Rastro a comprarte
corazones de miga de pan, sombreritos de lata,
y ya nadie me escribe diciendo “no consigo olvidarte,
ojalá que estuvieras conmigo en el Río de la Plata.

Y la niña movía la cabeza arriba y abajo al ritmo.

Después de unas copas en Neón, el puti, acordaron ir a una pensión que ambos conocían, y al terminar el primer polvo ya se habían declarado su amor eterno.

-Yo me llamo Ambar.
-Yo sólo Raúl.
-Soy puta, pero no te preocupes que esto no es trabajo.
-Ah. Yo soy cantautor, pero no te preocupes que no me voy a hacer famoso.

Y se volvieron a declarar y a poseer una vez más.

Cada día Ambar le llevaba un cruasán a Raúl a Alonso Martínez para desayunar, pero un día además del cruasán traía un perro con una correa.

-¿Pero qué haces con ese chucho? ¿Estás mal de la chola? ¡Aquí no se pueden meter perros, te van a decir algo!
-Que no, tonto, que conozco a todos los seguratas de aquí y me dejan – dijo con absoluta naturalidad. – Anda, saluda a Rapso porque a partir de ahora es tuyo y te va a hacer compañía todos los días. Es muy bueno, ¿lo ves? Mueve la cola, eso es que le gustas.

Y desde aquel día Rapso se pasó tumbado a los pies de Raúl el día entero con las orejas caídas como deseando no estar allí mientras Raúl estrangulaba, abofeteaba, aniquilaba a Pedro Guerra o a Silvio Rodríguez, y daba vueltas sobre la cantidad de gente que Ambar podía “conocer”. Pero enseguida lo dejaba y se dedicaba con pasión exclusiva a martirizar los oídos del personal y de Rapso convenciéndose de que había gente que lo estaba pasando realmente mal.

Entrecerró los ojos y volvió a Nueva Orleans para volver a llamar a gritos a las puertas del cielo a dúo con el negrata, que hacía los solos de saxo:

Knock, knock, knocking on Heaven’s door.
Knock, knock, knocking on Heaven’s door.
Knock, knock, knocking on Heaven’s door.
Knock, knock, knocking on Heaven’s door.

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