martes, 18 de diciembre de 2012

#30 EL ALCALDE


Las historias de amor pueden tener diversos comienzos, nudos y desenlaces. No siempre son iguales. O, si lo son, no son intrínsecamente iguales, lo que siempre las hace diferentes a pesar de ser iguales. Disculpad la contradicción, pero no se me ocurre otra manera de presentaros la mía. Es tan confusa que ni yo mismo tengo claro si es igual, distinta, semejante, extraña, única o nada de lo anterior.

Mi nombre es Alfonso. A los veintitrés años me casé casi enamorado de mi mujer. Por entonces yo ocupaba un puesto de importancia en el ayuntamiento del municipio donde residíamos. Mi partido me tenía en gran consideración y mi pueblo me hacía sentir querido. Era feliz. A los nueve meses de casado mi mujer dio a luz a nuestro vástago, varón, al que pusimos el mismo nombre que su padre y que su abuelo para seguir la tradición familiar. Se crió sano, fuerte, robusto, algo de sobrepeso, feo como un demonio, pero listo y sensible como su madre. Fueron unos años bendecidos por la felicidad que nos embargaba en el corazón de la familia. Allí disfrutábamos los tres en compañía. Yo triunfaba en el trabajo, y era admirado en casa.

Así que mi hijo no quiso ser menos y, en cuanto tuvo ocasión, se hizo militante del partido para luchar al lado de su padre, que ya era alcalde, por el bien común. Esto le hizo ausentarse en ocasiones de la vida social habitual de un joven, pero él no se sentía ni apartado ni excluido, al contrario muy integrado en la cotidianeidad de la vida del pueblo. Cuando cumplió los 22 años, siendo ya mi mano derecha en ese ayuntamiento que era como mi segunda casa siempre por mayoría absoluta, le sugerí a Alfonsito que tal vez un tiempo en el extranjero ayudaría a darle una visión global de las cosas en general y un conocimiento y cultura también importantes para él a nivel personal y quién sabría si profesional en el futuro.

Así pues, dos meses más tarde mi hijo partía rumbo a las américas, pero a las norteaméricas, que era donde bajo mi exclusivo criterio se encontraba el éxito y la mente abierta para un posible alcalde de un pueblucho que tal vez tendiera a extinguirse si no entraba sangre nueva. Con lágrimas en los ojos, su madre se despidió de aquel que traería un año después las renovadas energías a su lugar de origen.

Lento pasó el tiempo, pero al final apareció en el pueblo el esperado, ya no sólo por nosotros, sino por el resto de los habitantes que no querían perderse el mayor acontecimiento en mucho tiempo. Sin embargo, fue sorpresa para todos ver que Alfonsito no llegó en el autobús, sino en un moderno descapotable que dejó boquiabiertos a todos los que allí aguardábamos. Y más aún cuando como acompañante traía a una espectacular mujer de las que quitan el hipo, con unas interminables piernas que nos mostró al bajar del vehículo. Pero la guinda del pastel fue cuando nuestro Alfonsito nos la presentó como “mi esposa, padre”. Hubo unos segundos de silencio general que se rompieron con una gran ovación y aplausos de los asistentes. Y en aquel momento comenzó una fiesta que duró dos tres días enteros con sus tres noches.

Alfonsito y Elsa - que así se llamaba mi recién estrenada nuera - se integraron a la vida cotidiana del pueblo, cada cual en sus labores; mi hijo de vuelta al ayuntamiento conmigo y Elsa en las tareas del hogar que estrenaron al poco tiempo. Alfonsito, con sus recién adquiridos conocimientos y cultura, se introdujo plenamente en el trabajo con nuevas propuestas, a veces muy acertadas, a veces muy innovadoras, a veces muy fuera de lugar. Con lo que yo le dejaba hacer y supervisaba sus iniciativas y posteriores informes. Pero eso seguía dejándome mucho tiempo que aproveché para conocer a mi nuera, confieso que con cierto resquemor al principio. Al cabo del tiempo, tal resquemor se disipó dejando aparecer y crecer el cariño. Elsa era una mujer hacendosa, trabajadora y muy inteligente. Y lo demostraba en sus pequeñas o grandes tareas diarias.

El éxito de mi hijo crecía como la espuma, y ya no sólo en nuestra pequeña localidad, sino que otros alcaldes y políticos de fuera querían reunirse con él para tratar sus asuntos y preocupaciones. Y éste éxito no se ciñó sólo al ámbito profesional, sino que era evidente que, a pesar del poco atractivo físico que Alfonsito tenía, las mujeres le hacían ojitos y él, como no pudo ser de otra manera, correspondía y no hacía feos a nadie y a nada. A mí me preocupaba que esto minara su recién estrenado matrimonio y su relación con Elsa. Ella era muy lista y no habría de pasar mucho tiempo hasta que fuera consciente de las aventuras que se traía su marido por doquier con quienquier. Así que yo, en mi papel de padre y protector de la familia, acompañaba siempre que podía a mi nuera. Ya fuera a hacer la compra o a la plaza a pasear o llevar o traer recados que ella habitualmente hacía. Del mismo modo ella me acompañaba a mí en ocasiones a mi puesto de trabajo y a determinados acontecimientos en los que su presencia y porte - todo hay que decirlo - siempre eran bienvenidos. Y entre estas compañías y los agasajos que le brindaba Alfonsito con bastante frecuencia para contentarla y sentirse redimido, Elsa hacía como que no sabía de las infidelidades de su esposo.

Un día mi nuera me acompañó a última hora de la tarde al ayuntamiento a resolver cierto papeleo que no me llevaría demasiado. Mi hijo, como ya venía siendo más que habitual, estaba ausente. En el ayuntamiento no quedaba nadie más que mi secretaria a la que despedí hasta el día siguiente como hacía en otras ocasiones en las que yo consideraba que había estado haciendo un excelente trabajo. Me senté en mi mesa a revisar tal papeleo mientras Elsa curioseaba por las estanterías y me hablaba - y yo hacía con que la escuchaba - . En el transcurso de nuestra conversación, que más bien era monólogo de la propia Elsa, ésta se colocó enfrente de mí, apoyando las manos en la mesa. Y calló. Cuando la miré para darle respuesta a su silencio, comprendí. Elsa había desabotonado su camisa casi del todo y me miraba fijamente a los ojos desde su superioridad estratégica.

-Alcalde, el último botón es suyo.

La pasión se desató entre los dos y allí mismo se desbordó, sobre la mesa, encima de los papeles. La trasladamos rápidamente al sofá de mi despacho donde arrancamos nuestras ropas hasta quedar absolutamente desnudos y poder desbordarnos de nuevo con más comodidad. Y así, en decúbito horizontal nos hallábamos cuando Alfonsito hizo acto de presencia en la estancia, intentando plasmar en su cara lo que sus ojos estaban viendo y los pensamientos y sentimientos que en ese momento pasaban por su cabeza. Dio rienda suelta a su lengua tachándonos de inmorales y hasta de criminales, y tras su escueta sarta de insultos se echó las manos a la cara y, llorando, salió a toda velocidad por donde había entrado.

Una hora más tarde encontramos el cuerpo sin vida de mi hijo, con una bala en la cabeza y el arma en la mano.

Al día siguiente de las exequias, Elsa hizo la maleta y se fue.

Yo, que en cuestión de menos de media hora que había durado nuestra llama había quedado absolutamente prendado, la vi marchar en el descapotable en que la vi llegar. Mi mente estaba tan anudada a la precipitación de los acontecimientos que ni el vértigo pudo hacerme mella. Metí las manos en los bolsillos de la chaqueta y en el derecho noté algo. Al sacarlo vi que era un pendiente de mi nuera.

Varios meses más tarde, las cosas habían cambiado mucho. Renuncié a mi alcaldía, me separé de mi mujer a la que cada día que pasaba detestaba más sin que ella lo mereciera, hice una única maleta y salí del pueblo una noche, a escondidas. Hui.

Pasaron los años. No supe nada de mi ex-mujer ni de mi pueblo. En una estación de metro de una capital europea que no diré cuál es, repentinamente un brillo se me clavó en un ojo desde el andén opuesto. La mujer que portaba el pendiente que me deslumbró seguía igual de hermosa, de portentosa, de imponente. No me vio y yo no hice por llamar su atención. Sólo metí la mano en mi chaqueta para confirmar que allí seguía la pareja que aquel pendiente trataba de reclamar con su brillo y lo apreté en mi mano. Llegó su tren. Se subió y volvió a desaparecer como entonces.

Mi nombre es Alfonso y ésta es mi historia de amor.

1 comentario:

  1. El relato de esta semana encierra una curiosa adivinanza..dónde está el Amor de esta historia de amor? Dificilmente se encuentra en los escenarios de Poder, Gloria y Dinero

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