martes, 6 de noviembre de 2012

#24 ESTÓMAGO VACÍO


En el control de enfermería había algo del alboroto común que se producía durante el cambio de turno. Era media noche y las voces que procuraban ser bajas sin llegar a conseguirlo del todo se contaban las anécdotas del día, los planes de la semana y del fin de semana, las quejas normales sobre los últimos acontecimientos… Algunas enfermeras terminaban sus tareas de fin de turno, rellenaban informes, recogían sus cosas, y otras comenzaban sus labores nocturnas cotidianas, preparaban todos los materiales necesarios, hacían los pedidos y leían los informes que sus compañeras habían escrito antes. Raúl no podía dormir. Llevaba ingresado ya dos semanas sin saber exactamente cuándo le darían el alta. Le habían operado del bazo y ese mismo día había estado persiguiendo a su médico por los pasillos contándole que volvía a sentir dolor, que tenía una sensación extraña de vacío en el estómago y no estaba tranquilo.
-Dr. Fuentes, por favor, haga usted algo. Usted me ha salvado la vida, pero creo que ahora la estoy volviendo a perder, no me encuentro bien.
-Bueno, Raúl, tranquilícese, que todo está bien. La analítica de ayer estaba estupenda y todos los niveles indican que se está usted recuperando formidablemente.
-¿Y por qué sigo ingresado?
-Está en observación. Se le ha sometido, como sabe, a una importante operación. Sea paciente. Ya sabíamos que serían mínimo tres semanas. Si esta semana continúa usted progresando como hasta ahora, pronto le daré el alta. De todas formas, hoy se le hará otra analítica y un escáner.
A Raúl le gustaba pasear por los pasillos. De hecho el Dr. Fuentes se lo había recomendado una vez habían pasado los días críticos. Raúl recorría toda la planta, pero se detenía todos los días durante un buen rato en la 102. La puerta siempre estaba abierta. Lucía llevaba e inconsciente un mes. Él no conocía su voz, pero había hablado con las enfermeras sobre ella y les había preguntado.
-Hubo un incendio en un restaurante.
-Llegó despierta y sin un rasguño.
-Sus últimas palabras antes de entrar en coma fueron quiero mi pene. Estaba delirando.
-Ya le hemos quitado la intubación y respira sola desde hace días.
-La alimentamos a base de sueros y sonda naso-gástrica para que pierda la menor masa corporal posible.
-Nadie ha venido a visitarla. Y eso que informamos a sus padres el mismo día que ingresó.
Y Raúl la miraba y se decía que nunca había visto una mujer tan hermosa en su vida.
-Tiene treinta y cuatro años.
-Debe de ser modelo, pero en Internet no viene nada de ella. O actriz. O bailarina, tiene unas piernas fuertes y bien formadas.
-No me explico cómo nadie la visita, no me lo explico.
Y Raúl soñaba que hablaba con ella y la animaba a despertar del coma.
Pero esa noche no. Raúl caminaba por los pasillos y ponía cara de mucho dolor cuando se cruzaba con alguna enfermera. Alguna le decía vamos, Raúl, acuéstate que tienes que descansar, pero la mayoría le sonreían y le dejaban caminar en paz. Estaba muy intranquilo, como si fuera consciente de algo le iba a pasar, y no quería que le pillara metido en la cama. Y además el Dr. Fuentes no le había dicho nada sobre la analítica ni sobre los resultados del escáner. Ya sabía que si no había noticias, eran buenas noticias, pero su razón no tranquilizaba su espíritu. Pasear tampoco, pero era mejor que estarse quieto en la habitación. La puerta de la 102 estaba abierta y se acercó. Al ver a Marisa, la enfermera que seguía cada progreso, cada latido, cada respiración de Lucía le miró y le hizo un gesto para que se acercara.
-¿La ves? Hoy va a tener una buena noche.
-¿Cómo lo sabes? - preguntó Raúl.
-Escúchala… Está plácida.
Y él ponía atención, aguzaba el oído, pero sólo oía los pitidos del monitor que estaba enganchado a su dedo.
-¿Sabes? - decía Marisa. - Creo que hoy es su día. - Y salió de la habitación con una sonrisa en la cara.
Y Raúl se quedó observando a Lucía. Estaba preciosa. Estaba claro que Marisa estaba convencida de lo que decía, porque la había peinado con una trenza larga que reposaba al lado de su cabeza. Tenía los ojos cerrados, pero su boca parecía estar riendo. No llevaba pijama azul, sino uno blanco muy limpio. Su pecho se movía despacio arriba y abajo, arriba y abajo, a un ritmo lento pero continuo y Raúl fue capaz de ponerle música enseguida y cantar para sí Más guapa que cualquiera de Sabina y Páez. Cuando Raúl comenzó a relajarse él mismo y a ir cerrando sus ojos, cuando llegaba a la última estrofa de la canción, cuando había olvidado su inquietud y su malestar, el monitor de pulso le sacó de su ensueño acelerándose progresivamente. Raúl abrió los ojos en el preciso instante en el que Lucía abrió los suyos. Y ambos cruzaron las miradas con el mismo susto. Enseguida Marisa se presentó en la habitación con una sonrisa de oreja a oreja.
-Bienvenida de nuevo, cielo.
Y la liberó de la sonda naso-gástrica.
Lucía, con voz muy seca, casi afónica dijo: quiero mis penne ya. Arrabbiata, por favor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario