miércoles, 18 de julio de 2012

#08 ENTREVISTA CON UN ESPÍA



Nota: Debido a las vacaciones de nuestro ilustrador habitual nos hemos visto en la obligación de plagiar malamente lo que él suele hacer fastuosamente. Disculpad nuestra torpeza, pero nosotros somos más de darle a la tecla. Sirvan estas disculpas para la semana que viene también :-)


No recuerdo que nadie me dijera nunca que ser espía era sencillo. Si acaso al contrario. Empezaré diciendo que mi nombre es Juan Pérez. Como es de suponer, no es mi nombre real, pero tampoco se aleja demasiado, en cuanto a sencillez y vulgaridad. Cómo me gano la vida es una pregunta difícil de contestar, podría decir simplemente soy espía, pero ni es tan simple, ni realmente me considero un espía. O mejor dicho, no me considero el espía de la tele o el cine, ése que tiene una doble vida al estilo Arnaldo en Mentiras arriesgadas. ¡Ojalá! ¡Qué más me gustaría a mí que tener una mujer e hijos a los que tener engañados un tiempo haciéndome pasar por vendedor de seguros con frecuentes viajes de "negocios" al extranjero! Pero mi realidad dista algo de ese innuendo para adolescentes. Sí, estoy soltero, no puede ser de otra manera. En mis desvelos me pregunto si se debe a mi profesión o puramente a mí mismo y mi forma de ser. Vivo solo en un pisito reducido del centro. ¡Pero eso tiene mucho encanto! dirán algunos. Les daría la razón si no fuera porque mi apartamento es el semisótano del inmueble, y no él ático de tres dormitorios en el que vive esa feliz pareja con hijos, perro, terraza y vistas a la sierra. Las vistas de "mi casa", que ni siquiera es mía, se ciñen a la ropa tendida de los vecinos por el patio interior y los zapatos y calcetines de los viandantes por la fachada principal. He de reconecer que cuando pasa un perro, es posible que lo vea en su totalidad, lo cual a veces es un desahogo. En las pocas ocasiones en que he logrado meter a una mujer en mi cubículo infernal -por lo de la cercanía con el submundo- la mayor parte ha sido billetera repleta mediante, y el resto no pasaron de lo que yo llamo el hall de entrada. Las entiendo, a mí me dan ganas de llorar a veces cuando regreso a casa y quien me recibe son las crecientes humedades y sus abrazos de moho. ¿Que por qué sigo ahí? ¡Qué curiosa pregunta que me he hecho un millón de veces sin hallar más respueta que mis hombros alzándose! No tengo muchas opciones. He barajado la opción de compartir piso con estudiantes, pero no soporto mis propias manías como para soportar las de unos adolescentes que funcionan a base de ataques hormonales. Podría volver a casa de mis padres, pero por fortuna para todas las partes, ellos están criando ya malvas. Salí de allí hace cinco años con el equipaje cargado de broncas interminables y heridas abiertas. Nuestra convivencia fue insoportable desde el día en que nací. Ni ellos estaban dispuestos a ceder, ni yo a  que no lo hicieran, así que a la más pequeña oportunidad me fui. ¿O me echaron? Tanto da. Fue una buena decisión en cualquier caso.

Creo que, a lo que preguntas, ignoro de cabo a rabo lo que implica en términos generales ser espía. Yo sé lo que implica para mí: recibo instrucciones, las sigo como el que sigue el manual de instalación de una lavadora, cobro por ello -una miseria, dicho sea de paso- y me vuelvo a mi agujero. Ya ni recuerdo cómo entré en este asunto. Sólo recuerdo que una noche infame de borrachera se me acercó el tipo al que sólo he visto una vez y con el que hablo cuando él llama, y me convenció. Es harto probable que cualquiera me habría convencido de ir hasta el mismo averno esa noche por muy poquito. De hecho ahora creo que habría preferido esta segunda opción. Y lo habría hecho gratis. Algo me hace pensar que el averno es mucho mejor que esta historia de película, pero de terror, no de acción, en la que vivo.

Seré franco: la mitad de la culpa de verme donde me veo reconozco que es mía. Es muy agradable que te endulcen los oídos cuando llevas a cabo un trabajo, aunque esto suceda de tarde en tarde. Al principoio te sientes importante porque crees que lo que haces te llena y ayuda al bien común. Eres consciente de que no hay tal bien común y que tienes algo agarrándote por los huevos al tiempo. En resumidas cuentas, no hay salida. En noches de luna llena, crees que el horizonte es muy amplio y que las opciones son muchas y variadas, pero cuando amanece el espejo te sigue gritando que eres el mismo perdedor de la noche anterior. Tú mismo escaparías si no fuera porque sabes que ya formas parte de ese algo que conoces a trocitos y que no te gusta. Sé cosas que habría preferido no saber en la vida. Conozco historias y a personas muy íntegras a las que he podido advertir, pero que no me habrían creído. Estoy metido en el fango lo suficiente para no poder salir. Y me tengo que conformar, porque mi espejo me dice la verdad. Ni gusto, ni me gusto. Así es mi vida. Soy Juan Pérez, el espía. El que te cuente otra historia miente.

1 comentario:

  1. Muy buena historia, me encanta vuestro blog, cuando puedo me sumerjo un ratito en vuestras historias y salgo renovada. Gracias.

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